El lector de Julio Verne - escrita entre enero y noviembre de 2008- forma parte de la serie que Almudena Grandes tituló Episodios de una guerra interminable. Nino, el protagonista de la novela, está inspirado en la historia que le contó un amigo, con el que ella y su marido coincidieron en un viaje por Marruecos en 2004, según
confesó la escritora.
Cristino Pérez Meléndez, el amigo, había leído que el segundo episodio de la saga tendría que ver con la Sierra Sur de Jaén, de donde era su familia. Hijo de un guardia civil, le contó a la autora las historias que oyó de chico -que todavía seguían circulando después de años- sobre la persecución y muerte de Tomás Villén, a quien llamaban Cencerro, un guerrillero que fue perseguido por la guardia civil y que se suicidó antes de que lo detuvieran las fuerzas franquistas. Cristino es Nino en el libro, y lee a Julio Verne, compulsivamente. Hay que tener en cuenta que la relación entre la ficción y la realidad está muy presente en todas las novelas de la saga. Almudena Grandes se ha valido de lo que ocurrió, que fue en lo dramático simbólico de la parte más dura del siglo XX en España, como ella dijo, y que se instaló desde entonces en la fábula popular, que hablaba de ello cuchicheando y mitificando al guerrillero. En sus conversaciones con el que luego iba a ser trasunto de su personaje, a Almudena Grandes se le quedó grabada la imagen de Cristino leyendo en un taburete, moviendo las piernas que no llegaban al suelo: “Esa imagen me puso a escribir el libro”.
Así lo cuenta al comienzo de la obra:
Y al final en "La historia de Nino" también nos da más claves:«En un viaje de 2004 mi amigo Cristino Pérez Meléndez, hijo de guardia civil, me contó una historia de su infancia en la que yo vi inmediatamente una novela. El lector de Julio Verne es esa novela, la novela de Cristino, que aquella noche me habló de los que se echaron al monte y de Cencerro, de su valor, de su arrogancia, de la leyenda de los billetes firmados y de su muerte heroica en la Sierra Sur de Jaén, y me contó cómo era la vida del hijo de un guardia civil en una casa cuartel como la de Fuensanta de Martos, donde las paredes no sabían guardar secretos y los gritos de los detenidos llegaban hasta las camas de los niños, igual que llegó hasta sus oídos, una noche, la preocupación de su padre por un hijo tan bajito que no iba a dar la talla de mayor, y al que por eso obligó a aprender a escribir a máquina.»
"En la primavera de 2004, unos meses antes de empezar a escribir El corazón helado, hice un viaje en coche por el norte de Marruecos —el territorio del antiguo Protectorado español—, con mi marido, Luis García Montero, y un viejo, excelente amigo suyo, después también mío, Cristino Pérez Meléndez.
Cristino, catedrático de Psicología de la Universidad de Granada y enamorado de aquella zona, fue nuestro chófer y nuestro guía a lo largo de unos días memorables.[...] El lector de Julio Verne es esa novela, la novela de Cristino, que aquella noche me habló de Cencerro, de su valor, de su arrogancia, de la leyenda de los billetes firmados y de su muerte heroica, y me contó cómo era la vida del hijo de un guardia civil en una casa cuartel como la de Fuensanta de Martos, donde las paredes no sabían guardar secretos y los gritos de los detenidos llegaban hasta las camas de los niños, igual que llegó hasta sus oídos, una noche, la preocupación de su padre por un hijo tan bajito que no iba a dar la talla de mayor, y al que por eso obligó a aprender mecanografía, con un guardia que sólo sabía ponerle a hacer planas."
La historia de Cencerro, que Cristino le contó a Almudena, tenía nombre y apellidos, y descendientes. Uno de ellos es la nieta del guerrillero, a la que la autora conoció, Es Esther Palomera, que ya en Jaén (en Fuensanta de Martos, cuando salió el libro) contó muy minuciosamente lo que pasó aquel 17 de julio de 1947, cuando se suicidó su abuelo. Como contó el periodista José María Calleja, que presentó el acto, aquel fue un momento en el que la posguerra conoció una noticia de dignidad: la mujer de Cencerro, embarazada, le había dicho a la guardia civil que en efecto Villén era el padre de la criatura, y había sido torturada y encarcelada, de modo que cuando murió el guerrillero fueron su hija y otros parientes de estos quienes tuvieron que amortajarlo. Esa noticia de dignidad de la que hablaba Calleja fue especialmente escalofriante, pues la guardia civil y los habitantes de Valdepeñas de Jaén, donde murió Cencerro, organizaron una fiesta macabra en torno al cadáver, que finalmente fue rescatado por los familiares del guerrillero. La ficción retrata el instante, pero cuando fue evocado, la realidad regresó al escenario como una metáfora hiriente de la peor etapa de la crudeza de la posguerra. (Vid. Juan Cruz, El País)
La novela tiene al comienzo una dedicatoria:
A mi amigo Cristino Pérez Meléndez,
que de pequeño vivía en la casa cuartel de Fuensanta de Martos
y era muy canijo.
Y de mayor, dio la talla en todo, pero no fue guardia civil.
Y a mi amiga Ángeles Aguilera Moya,
que es de Alcalá la Real,
y no en vano se apellida casi igual que Pepe el Portugués
En la realidad, Cristino no pudo ser un niño lector porque en aquella época había pocos libros en las casas. Comenzó a leer cuando trasladaron a su padre a Jaén y conoció la biblioteca de la capital. Aunque este le decía que leer no era bueno, que lo importante era estudiar. La que sí tenía en su casa libros, y en concreto los Episodios Nacionales de Pérez Galdós, es la autora.