"El gran reto de esta novela fue crear una voz como la de Nino, capaz por un lado de sostener la inocencia de un niño pero, por otro, de servir como testigo eficaz de la realidad. Esa es la ventaja de los narradores infantiles, porque los niños carecen de las herramientas a las que acudimos los adultos para contarnos lo que pasa como nos conviene, deformando la verdad si es preciso. Pero era complicado, porque Nino no podía ser ni demasiado tonto ni demasiado listo. Al final, opté por un recurso propio de las novelas de aventuras. Nino, como el Jim de La isla del tesoro cuenta su historia cuando es un adulto, pero desde la perspectiva que tenía de niño. Aquí y allí he deslizado algunas pistas sobre este aspecto. El reto consistía en no destruir la inocencia de la voz que cuenta la historia." (Almudena Grandes)
La principal voz narrativa está en primera persona a lo largo de toda la obra. Se trata, por tanto, de un narrador homodiegético, un narrador ya adulto (cosa que descubrimos en el capítulo cuarto) que recuerda su experiencia como niño durante tres años en Fuensanta de Martos, en los tres primeros capítulos, que ocupan la mayor parte de la novela. Es, por tanto, un narrador interno, que adopta un punto de vista retrospectivo, pues desde su presente de adulto recuerda el pasado.
En esos tres primeros capítulos es la perspectiva de Nino, el niño protagonista, la que domina, pues relata su vida durante tres años, desde 1947 a 1949, en un momento decisivo para su formación. Lo hace, en ocasiones como yo protagonista de los hechos que narra y en otras como yo testigo. Por ser niño, cuenta las vivencias sin prejuicios, tal como él las vive. El uso de la primera persona para reconstruir el acceso a la vida adulta es característico de las novelas de aprendizaje:
"Paquito no se sabía las tablas de multiplicar, pero daba igual, porque era muy alto, y daría la talla, y sería guardia civil como su padre, como su abuelo. Miguel, el hijo del boticario, no era ni tan burro ni tan alto como él, tampoco tan estudioso como yo, pero heredaría la farmacia, y le llamarían don Miguel, y viviría tranquilo, despachando aspirinas. Y yo… Yo no quería ser secretario del Ayuntamiento, ni oficinista en la Diputación, yo quería conducir coches de carreras, y si no, arrendar un molino, como el Portugués, y tener un huerto, y un caballo, y vivir lejos del pueblo para subir al monte cuando me diera la gana, a coger setas y a pescar truchas, y sin embargo iba a tener que aprender a escribir a máquina, y a hablar francés, y las matemáticas se me daban bien, se me daban bien la gramática y las ciencias naturales, pero no sabía si iba a poder con la máquina, y sin embargo sabía que tenía que poder, porque lo que no podía era decepcionar a mi padre dos veces seguidas".
En esos tres primeros capítulos es la perspectiva de Nino, el niño protagonista, la que domina, pues relata su vida durante tres años, desde 1947 a 1949, en un momento decisivo para su formación. Lo hace, en ocasiones como yo protagonista de los hechos que narra y en otras como yo testigo. Por ser niño, cuenta las vivencias sin prejuicios, tal como él las vive. El uso de la primera persona para reconstruir el acceso a la vida adulta es característico de las novelas de aprendizaje:
"Paquito no se sabía las tablas de multiplicar, pero daba igual, porque era muy alto, y daría la talla, y sería guardia civil como su padre, como su abuelo. Miguel, el hijo del boticario, no era ni tan burro ni tan alto como él, tampoco tan estudioso como yo, pero heredaría la farmacia, y le llamarían don Miguel, y viviría tranquilo, despachando aspirinas. Y yo… Yo no quería ser secretario del Ayuntamiento, ni oficinista en la Diputación, yo quería conducir coches de carreras, y si no, arrendar un molino, como el Portugués, y tener un huerto, y un caballo, y vivir lejos del pueblo para subir al monte cuando me diera la gana, a coger setas y a pescar truchas, y sin embargo iba a tener que aprender a escribir a máquina, y a hablar francés, y las matemáticas se me daban bien, se me daban bien la gramática y las ciencias naturales, pero no sabía si iba a poder con la máquina, y sin embargo sabía que tenía que poder, porque lo que no podía era decepcionar a mi padre dos veces seguidas".
A veces se refiere a otros hechos que le contaron, sucedidos ya sea en el pasado o en el presente. Aunque la narración de los hechos es lineal, pues se refieren cosas sucedidas en tres años consecutivos de la década del 40, se producen a veces vaivenes temporales de carácter asociativo, como, por ejemplo, analepsis, que reconstruyen episodios anteriores, que el protagonista relata de oídas: "Se acercaba el verano de 1941 y hacía mucho calor, eso lo sé porque también me lo contó mi madre. Lo demás lo aprendí después, cuando empecé a ir al cortijo de Las Rubias tres tardes a la semana".
En ocasiones el punto de vista de la narración no parece el de un niño de entre nueve y once años, sino más bien el propio de un adulto. Pero eso no lo sabemos con claridad hasta el final de la novela, cuando descubrimos que quien cuenta la historia es el Nino adulto. Ya la propia autora lo aclara: "Opté por un recurso propio de las novelas de aventuras. Nino, como el Jim de La isla del tesoro cuenta su historia cuando es un adulto, pero desde la perspectiva que tenía de niño. Aquí y allí he deslizado algunas pistas sobre este aspecto. El reto consistía en no destruir la inocencia de la voz que cuenta la historia." Hay momentos en que demuestra conocer del futuro de los personajes:
"Los Fingenegocios no abandonaron a Joaquín. Durante mucho tiempo, todo el que hizo falta, le fueron mandando poco a poco una pequeña fortuna, el dinero necesario para que le reconstruyeran la dentadura, para que volvieran a ponerle el tabique nasal en su sitio, para que lo operaran de la rodilla y para que fuera varias veces a Valencia...".
"Y cuando fui yo quien se marchó, ella siguió estando en el mismo sitio, aquella casa pequeña y limpia, bonita y pulcra, que tanto se le parecía, y en la que siguió invitándome a merendar pestiños y vino de Málaga...".
"Los Fingenegocios no abandonaron a Joaquín. Durante mucho tiempo, todo el que hizo falta, le fueron mandando poco a poco una pequeña fortuna, el dinero necesario para que le reconstruyeran la dentadura, para que volvieran a ponerle el tabique nasal en su sitio, para que lo operaran de la rodilla y para que fuera varias veces a Valencia...".
"Y cuando fui yo quien se marchó, ella siguió estando en el mismo sitio, aquella casa pequeña y limpia, bonita y pulcra, que tanto se le parecía, y en la que siguió invitándome a merendar pestiños y vino de Málaga...".
En el capítulo cuarto, es Nino quien ya adulto relata en primera persona su vida, el futuro de ese pasado desde 1960 a 1977 ("Pasaron otros once años antes de que alguien volviera a llamarme camarada."). De forma más sintética, a modo de epílogo, relata su vida de joven que consigue estudiar, pasa por la cárcel y se presenta a las elecciones democráticas. También conocemos su reencuentro con Pepe el Portugués. Parece que le interesaba contar que la dictadura dio paso a la democracia y añadir un más final optimista.
En ocasiones, otras voces narrativas aparecen insertas en la narración principal, sin seguir las formas tradicionales, sin uso de guiones: "Has vuelto a comprarle huevos a Filo, Mercedes, decía solamente, y mi madre lo confirmaba sin inmutarse, pues sí, porque no tienen ni punto de comparación con los de la Piriñaca, y además, de alguna manera tendrá que ganarse la vida la muchacha, ¿o no?, para que mi padre insistiera con la boca llena, lo que tú digas, pero yo soy guardia civil y un día de estos vamos a tener un disgusto…"
"A veces me levantaba y les miraba por la rendija de la puerta. Él, tiritando en invierno, empapado en otoño o sudando en verano, pero agotado de cansancio en cualquier estación del año, se desplomaba encima de una silla para que ella le quitara las botas y contaba siempre lo mismo, nada, que no hay manera, me cago en la puta que parió a Cencerro y en toda su parentela, y yo sabía que tenía razones para hablar así, sabía que tenía razones para maldecirle, y un destino de mierda, un sueldo de mierda, una vida de mierda, como decía después, pero cuando volvía a la cama, me quedaba dormido enseguida porque habían sobrevivido los dos, mi padre y su enemigo, y sabía que lo que hacía estaba mal, muy mal, que no debería pensar, sentir así".
"Y cuando la señorita Ascensión nos pagó por fin, hay que ver, Pepe, qué caro te vendes, no sé cómo puede gustarte vivir tan solo, en el molino, sin alternar en el pueblo, no sé, sin venir al baile ni cultivar amistades, con la cantidad de solteras guapas y agradables que hay por aquí…, seguí riéndome con él".
"Casi pude sentir su calor, la presión de esos labios que le daban sentido a la conversación que había escuchado la noche anterior desde mi cama y que me compensaban por ella al mismo tiempo, nos hemos equivocado, Mercedes, yo me he equivocado, nunca debimos mandar a Nino al cortijo de las Rubias, nunca, yo no podía imaginar que fuera a pasar esto, pero ya ves, está cada día más raro, más rebelde, no parece el mismo, todo el día encerrado en casa, leyendo, sin salir ni a jugar con los otros chicos… Pero ¿qué dices, Antonino? Mi padre tenía razón, pero mi madre no quiso dársela, claro que sale, y claro que juega, lo que pasa es que estamos en enero, no sé si te has enterado, y en este maldito pueblo hace un frío de mil demonios, así que deja de decir tonterías y tengamos la fiesta en paz."
Se usa la primera persona en forma de soliloquio reflexivo, en que incluso se dirige mentalmente a un tú.
"No puede estar claro, padre, porque no tiene sentido, porque es estúpido decirlo, estúpido pensarlo, porque no lo puedes evitar, nadie puede evitarlo a no ser que los matéis a todos, a todos sus hijos, a todos sus nietos, a tus hermanos, y a tus primos, y a tus sobrinos, y a los de madre. Eso tendríais que hacer, matar a tanta gente que sus cadáveres lo cubrieran todo, lo pudrieran todo, y en España no se pudiera respirar, nadie podría volver a andar por las calles ni a cultivar los campos, y cuando las aguas de los ríos tiñeran el mar de rojo, y sólo entonces, por fin estaría claro, pero de momento aquí estamos todos, ellos y nosotros, de momento, aquí vivimos todos, ellos y nosotros, aquí vives tú y aquí vivo yo, que ya no sé de quién soy, pero sé que haré lo que me parezca."
(Algún crítico sugiere que el narrador, en ocasiones, resulta inverosímil. No tanto por lo que cuenta, ya que se supone que lo hace desde la edad adulta centrándose en una época en la que él mismo tiene entre nueve y once años, sino más bien por el elevado grado de conocimientos que gran parte del relato tiene y que no suele casar del todo bien con un texto contado desde el yo por un niño.)