EPISODIOS DE UNA GUERRA INTERMINABLE

ESPACIO EN EL LECTOR DE JULIO VERNE. ALMUDENA GRANDES

 En narratología no se le ha dado al espacio la importancia que tiene, porque desde siempre se asocia más la novela al desarrollo de los hechos a lo largo del tiempo. Ambos -espacio y tiempo- están íntimamente relacionados.

 En cuando al nivel topográfico u horizontal (que se corresponde con la noción común que se tiene del espacio, creada por analogía al mundo objetivo), en esta novela el relato de los hechos en los tres primeros capítulos se ambienta en Fuensanta de Martos, un pequeño pueblo de la Sierra Sur de Jaen, durante tres años consecutivos de la posguerra (1947-1949), en plena represión de los guerrilleros que poblaban estos lugares. Son además muchos los lugares aludidos de esa zona. 
El capítulo  4º se desarrolla en un ambiente urbano, pero los espacios físicos no se describen con el detalle que se muestra en las tres primeras partes y tienen menor importancia.
 La autora reconstruyó el espacio rural con unas bellísimas descripciones, pero lo hizo tomando como referencia lo que su amigo Cristino le contó de su infancia. Ella, en realidad, no conocía Fuensanta y  recorrió estos lugares con posterioridad a la primera versión:
 "En julio de 2009, meses después de terminar la primera versión de El lector de Julio Verne, que escribí entre enero y noviembre de 2008, recorrí los pueblos de la Sierra Sur gracias al coche, y a la complicidad, de Juan Carlos Abril".
  El espacio en las novelas nos es presentado por el narrador de la historia, en este caso por Nino, el protagonista, que reconstruye en primera persona desde el presente (próximo al momento de la escritura de la novela) los escenarios de su vida en unos años precisos de su infancia, y en un contexto temporal muy difícil.
 En el eje vertical (comprende los espacios que se desarrollan en el eje imaginario y son representación de los mundos simbólicos), existe una contraposición entre dos mundos: el monte, símbolo de la libertad al margen de la norma establecida, y el pueblo, donde está el cuartel en el que viven los represores, pero también los habitantes del pueblo, algunos de los cuales protegen a los maquis. Pero están íntimamente relacionados:
   "Siempre era así, siempre igual, el monte y el llano respiraban a la vez, un solo aire, y cuando las cosas se torcían arriba, los de abajo pagaban las consecuencias si no eran lo bastante rápidos, lo bastante audaces y valientes como para subir una cuesta que ya nunca volverían a bajar. La vida en el monte era dura, pero en el llano podía ser peor o dejar de ser en cualquier momento, porque los que huían todavía no eran guerrilleros, pero los guerrilleros no podían vivir sin ellos".
   Pero Fuensanta también es un espacio metonímico, en el que podrían estar representados todos los pueblos de España reprimidos por la dictadura franquista, responsable de toda la violencia y el terror, y que tortura, castiga y mata.
 El niño, narrador en primera persona adopta una determinada perspectiva, una focalización espacial, un ángulo. Describe los espacios que le rodean de una manera subjetiva e idealizada. Cuando se refiere a lugares aludidos en que otros personajes llevan a cabo sus acciones y no tiene acceso a ellos, tiene que confiar en la palabra de terceros interlocutores.
   Cristino, que es Nino en el libro, y cuya peripecia sienta la historia narrada en la novela, escuchaba, en el cuartel de la guardia civil, la parte de allá de la represión. La novelista lo ha recreado y afirma que “me ha dado como una segunda infancia; Oscar Wilde dijo que la naturaleza imita al arte. En el caso de mi propia experiencia la valida. De esas dos infancias una es real y otra es ficticia, pero ahora puedo decir que las dos tienen que ver”.

FUENSANTA DE MARTOS

La recreación novelesca del pueblo en aquellos años la hace Almudena Grandes a través de los ojos de Cristino. Se citan los lugares más representativos (la Fuente de la Negra, las fiestas en la ermita de la Virgen,...), que se corresponden con las del pueblo real. Y también son numerosas las descripciones de los escenarios en que transcurren los hechos.


 Podemos hablar de un contraste entre el  ambiente rural (tres primeras partes)/ urbano (4ª parte), que percibimos a medida que avanza la novela. El primero es el que tiene una importancia especial. Pero hay también un contraste entre espacio entre la Andalucía interior (la sierra sur de Jaén)/ y la Andalucía costera, tal como se muestra al comienzo de la novela, que reconstruye  los espacios exteriores de una manera genérica, contrastando el monte-la Andalucía de la sierra- y la costa:

"La gente dice que en Andalucía siempre hace buen tiempo, pero en mi pueblo, en invierno, nos moríamos de frío. Antes que la nieve, y a traición, llegaba el hielo. Cuando los días todavía eran largos, cuando el sol del mediodía aún calentaba y bajábamos al río a jugar por las tardes, el aire se afilaba de pronto y se volvía más limpio, y luego viento, un viento tan cruel y delicado como si estuviera hecho de cristal, un cristal aéreo y transparente que bajaba silbando de la sierra sin levantar el polvo de las calles. Entonces, en la frontera de cualquier noche de octubre, noviembre con suerte, el viento nos alcanzaba antes de volver a casa, y sabíamos que lo bueno se había acabado. [...] En mi pueblo, el invierno empezaba cuando quería el viento, cuando al viento se le antojaba perseguirnos por las callejas y arañarnos la cara con sus uñas de cristal como si tuviera alguna vieja cuenta que ajustar con nosotros, una deuda que no se saldaba hasta la madrugada, porque seguía zumbando sin descanso al otro lado de las puertas, de las ventanas cerradas, para cesar de repente, como empachado de su propia furia, a esa hora en la que hasta los desvelados duermen ya. Y en esa calma artera y sigilosa, a despecho de los libros y de los calendarios, aunque no estuviera escrito en ningún cartel, la primera helada caía sobre nosotros. Después, todo era invierno".

Frente al frío del invierno en la sierra, la costa conserva la luz, las flores y la belleza, pero también la miseria en la que viven sus gentes, que no pueden recurrir a todo lo que el monte ofrece para sobrevivir. Comprueba esto el protagonista en un viaje que hace con su familia: "Entonces empezamos a ver flores, flores en invierno, enormes matas verdes salpicadas de manchas rojas, rosas, blancas o moradas, flores grandes y bonitas, como las que se compran en las tiendas, creciendo solas al borde de la vía del tren. Madre las iba señalando con el dedo, pronunciaba sin dudar sus nombres soleados, misteriosos, y mientras la escuchaba, adelfa, hibisco, buganvilla, yo pensaba en las amapolas, en las margaritas y en esas otras flores azules, tan diminutas que ni siquiera tenían nombre, que eran todas las que había en mi pueblo, y sólo en primavera". "Porque en los montes no brotan las adelfas, no hay hibiscos tropicales, ni buganvillas con racimos de flores rojas, rosas, blancas o moradas, pero hay perdices y conejos, liebres y codornices, patos que vuelan o nadan en los lagos. Los arroyos que bajan de las cumbres con tanta prisa como si la nieve los persiguiera, acunan truchas que engordan en su agua dulce, fría, y a veces, en las pozas donde a la fuerza se remansan, se instalan tumultuosas familias de cangrejos. En las orillas, crecen caracoles entre algunas hierbas que curan enfermedades, y por todas partes espárragos silvestres que al final de la primavera están maduros, como las moras en verano, antes de que el otoño siembre el suelo de setas comestibles".

   El aprendizaje de la vida, la vivencia del monte en el que tiene que sobrevivir, lo marcan para siempre, como afirma en el capítulo 4º, ya adulto, y viviendo en Granada.
"Yo había abandonado el monte, pero el monte nunca me había abandonado a mí. Su memoria seguía viviendo en mi cabeza y en mis tripas, me protegía, me amparaba, afilaba mis instintos, mis reflejos, congelaba mi sangre dentro de las venas y me recordaba siempre a tiempo el número y el nombre, los rostros y los hechos de los traidores. Era el monte quien me hacía agacharme para atarme un zapato cincuenta metros antes de llegar al lugar de una cita, el monte quien me convencía de que aquel tío barbudo, con pinta de estudiante progre y trenca azul, que estaba a la izquierda, miraba demasiado el reloj para no ser policía, el monte quien me susurraba que ni se me ocurriera darme la vuelta, que entrara en la primera tienda a preguntar el precio de cualquier cosa, que comprara algo barato y saliera despacio, con la bolsa bien visible en la mano y sin correr."